Alucinosis en medio de la decadencia.
Sin embargo, hace tiempo que es tiempo de Control.
Una frase resume y rezuma sospecha (un primer trazo de viejas
pseudo-paranoias): “Todas las cabinas del mundo estaban intervenidas.”.
Frase de Philip K. Dick en Una mirada a la oscuridad. Que es más bien un
scanner, como el que te pasan por el cerebro para verte en profundidad, para
revisar tu centro de operaciones. Tubos de speed tras la carrera por estar
libre, no son un escape. Se juega con el “pavo frío”. Tu cuerpo es un centro de
torturas creado por una segunda naturaleza.
Aún así quizás sólo podemos escapar por neurotransmisores, digiriendo
formas de Dios, invisivilizando el yo, despertando a la Kundalini.
Ciertos personajes de Dick apuntan a otro mundo, crudamente se reconocen perdidos, pero con el vislumbre del propio lado luminoso.
La limitación institucional de los hemisferios derechos de los cerebros:
finalidad policial.
“-Lo normal –prosiguió el primer médico-, es que una persona emplee el
hemisferio izquierdo. Aquí se localiza el sistema del yo, el ego o conciencia.
Es el hemisferio dominante porque siempre se localiza en él la zona central del
habla. Precisando más, la bilateralización implica una capacidad o valencia
verbal en el hemisferio izquierdo, con funciones espaciales en el derecho. La
mitad izquierda puede compararse a un computador digital, la derecha a un
computador analógico. De modo que la función bilateral no es una simple
duplicación. Ambos sistemas reciben y procesan la información de formas
distintas. Pero ese no es su caso. Usted carece de hemisferio dominante, de
modo que no se produce una acción compensatoria entre uno y otro. Una mitad de
su cerebro le dice una cosa, la segunda mitad le dicta otra diferente.”
Un Logos tecnológico en substitución del Logos heracliteano. Los personajes
de Dick no escapan porque creen que ya han huido. Presa fácil para los
controles de tránsito ciudadano.
Soportando además la enorme gravedad que implica volver del viaje.
“-Después de ver a Dios se sintió muy bien, durante casi un año. Y luego
cambió todo. Estuvo peor de lo que había estado toda su vida, pues se dio
cuenta de que jamás volvería a ver a Dios. Viviría el resto de su vida,
décadas, quizá cincuenta años, y no vería otra cosa distinta a lo que siempre
había visto. Lo que nosotros vemos. Se puso peor que si no hubiera visto a
Dios. Me lo explicó un día que se encontraba muy mal. Perdió la cabeza y empezó
a maldecir y a romper cosas que tenía en su piso, incluso el tocadiscos. Había
comprendido que siempre viviría igual, sin ver nada, sin finalidad alguna. Un
montón de carne en movimiento, comiendo, bebiendo, durmiendo, trabajando y
cagando.”
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