lunes, 9 de febrero de 2015

Recuerdos como tatuajes mentales.

Por Rodrigo Gómez M.


Si comprendieramos que un recuerdo es un acuerdo momentáneo, un convenio transitorio, o una simple negociación de puntos de vista, tan falso como lo que nunca ocurrió, seguramente viviríamos mejor (anímicamente). Al parecer los recuerdos serían más útiles para poder funcionar mejor (memorizar la ubicación del lugar de trabajo, por ejemplo),  que para alimentar una supuesta autobiografía ("mal negocio" tarde o temprano). Después de todo la autobiografía es como una colección de epitafios: “Aquí yace el momento en que te encontré”, “Esta es la tumba de aquel baile de graduación, que si no la mueve nadie la recordaré tal cual”, “Ojalá que nadie exhume el momento de mi mejor concierto, quizás no fue tan bueno como me pareció”, etc.

¿Es útil recordar (tener presente) que los recuerdos no existen?.  ¿No es una deslealtad?. ¿Pero …es una decisión racional en primer lugar?. En todo caso la trampa mental es bastante escurridiza si lo intentan, ...un salmón invisible. Es tan molesto como tratar de estafarse a uno mismo. Seguramente esa es una gran lección Zen. Se pueden describir nuestros condicionantes, pero otra cosa muy distinta es ver como pasan por el lado, sin cambiar nada importante.

Los recuerdos parecen ser una colección de predicados incambiables. “Yo fui aquel lamentable alumno de contabilidad, sin embargo…”.

Sabemos que “ser” (en pasado, presente o futuro) es uno de los verbos más manipulados por el poder (y por la mayoría de nosotros también). A nivel ideológico es como una flecha sin destino, no dice 1=1, sino “esto es lo que más vale” según las directrices del partido, o la cantidad de católicos que van a votar en esta circunscripción.

El “es” en lógica no indica necesariamente que una cosa sea igual a otra, sino que existe un cierto tipo de equivalencia, de variado aspecto que está por definirse. ¿Alguien puede pensar que todos somos Socrates, porque Socrates es mortal?.

Más confusión habrá si usamos el mismo verbo para “ser” y “estar”. Imaginen los márgenes de manipulación posibles. En primer lugar ser no es para nada intercambiable con estar (por suerte no soy como estoy): ser es lo opuesto, lo que no se está quieto, la contraposición concreta de un “estar”.

Por lo mismo, los tatuajes suelen ser un buen testimonio de que sabemos que los buenos recuerdos van a desaparecer. Hoy cuando fui al super vi dos, uno en la espalda bajo el cuello, el típico signo “ying/yang”. Pero otro en la espalda de otra chica, decía algo así como “Que el dolor de perderte no sea más importante que la dicha de haberte tenido” (en alguna parte agregaba el nombre del perdido). Ese contraste de estos dos tatuajes vistos en la misma mañana, me llamó la atención. Uno, la trascendencia; otro el apego específico. Racionalmente, incluso espiritualmente, uno puede ser más certero que el otro, seguramente. Por ejemplo saber que estamos en un naufragio, puede ser mejor que seguir bailando en la cubierta sin saber lo que nos espera. Aunque el problema es otro: anclarse. Seguir escribiendo soluciones cuando el problema es escribir. Mirar por la ventana cuando hay que romperla. O seguir nadando cuando conviene hundirse metafórica y terapéuticamente… o perder cuando todos dicen que hay que ganar. En fin...

De hecho cambiar de registro probablemente sea una marca de la genialidad. Eso es quitarle peso a los falsos recuerdos, aunque sólo sea momentáneamente.