viernes, 11 de octubre de 2013

BREVE INTRODUCCIÓN A LA GRAMÁTICA TENSIVA


Por Rodrigo Gómez M.

   ¿Qué es la gramática tensiva? ¿Cuáles son sus objetivos?¿Qué permite?
   Como su nombre lo anticipa su campo de investigación se deriva de la lingüística, pero cabe más directamente dentro de la semiótica o “estudio de los signos”, en un sentido más amplio que el de los lenguajes hablados.
    Podemos decir que la gramática tensiva es un modelo semiótico que busca interpretar las dimensiones de intensidad y extensidad (o extensión) de un fenómeno constituido por signos. Ya ahondaré sobre el sentido que se da a estas dos dimensiones en este contexto. Para lograr interpretar este aspecto semiótico se aplica un esquema tensivo. El desarrollo de la gramática tensiva y el esquema que acabamos de mencionar, han sido introducidos por los semióticos franceses Jacques Fontanille y Claude Zilberberg.    
   En el texto ¿Para qué sirve la gramática tensiva?[1], que escribe el mismo Zilberberg, en respuesta a este cuestionamiento hecho por tres lingüistas brasileños, incluye una mención a algunas de las principales referencias teóricas de la sintaxis tensiva: “la herencia ginebrina (Saussure), la herencia praguense (Jakobson), la herencia danesa (Bröndal y Hjelmslev), la herencia rusa (Propp), la herencia francesa (Tesnière), la herencia alemana (Husserl, Merleau-Ponty).”. Otros referentes importantes que convendría agregar, desde el ámbito de la filosofía,  serían Bergson y Deleuze.
   A partir de estos diversos aportes, surge un modelo que deriva de los orígenes del estructuralismo de tendencia saussuriana, y sigue atentamente algunas de las revisiones y nuevas opciones categoriales que se han ido desarrollando en el ámbito lingüístico y semiótico, a lo largo del siglo XX. De hecho el concepto de estructura está en la base de los postulados de este modelo, como lo indica, por ejemplo, el mismo Zilberberg, en su Précis de grammaire tensive (Breviario de gramática tensiva), donde señala cuales son los postulados fundamentales en los que se basa esta perspectiva.
   El primer postulado que establece es “el apego a la estructura.”[2]. Parte de la definición de estructura dada por Hjelmslev en 1948, que según Zilberberg “permanece, desde nuestro punto de vista, intacta: “entidad autónoma de dependencias internas”.”[3]. En tanto que singularidad aparece como “entidad autónoma”, y en tanto que pluralidad se manifiesta en “dependencias autónomas”.
   El segundo postulado “se refiere al lugar que se le asigna al continuo”[4] fenoménico en el cual se presenta el suceso que será considerado según el aspecto que manifieste. El concepto de aspecto es valioso en este modelo, y tiene un carácter basal para sus aplicaciones; según Zilberberg “el aspecto es el análisis del devenir ascendente o decadente de una intensidad, que le ofrece más o menos al observador atento.”[5]. De hecho Kant en un pasaje de la “Crítica de la razón pura”, titulado “Anticipación de la percepción”, afirma que en toda sensación hay una magnitud intensiva, dentro de un continuum de realidad, y de niveles de percepción, “entre la negación y la realidad, hay una serie continua de realidades y de percepciones posibles cada vez más pequeñas […]”[6], y plantea dos categorías desde las cuales se puede catalogar el fenómeno, que destaca Zilberberg, y que las aclara así: “(i) la dirección, en este caso de decadencia, es decir, que la estesia se dirige inevitablemente hacia la anestesia, hacia lo que Kant llama “la negación = 0”; (ii) la división en grados, luego estos mismos grados divididos en grados”[7].
   El tercer postulado se refiere al tempo. Como se explica en el Breviario: “El tempo es maestro tanto de nuestros pensamientos como de nuestros afectos, ya que controla despóticamente los aumentos y las disminuciones constitutivas de nuestras vivencias.”[8] Para resumir, la importancia de estos tres postulados fundamentales de la gramática tensiva, Zilberberg  escribe: “estos tres datos han retenido nuestra atención, porque el sentido depende de ellos de diversas formas: la estructura porque formula, el devenir porque orienta, el tempo porque regula la duración del devenir.”[9]
   Ahora volvamos a las dos dimensiones de las que hablamos en un comienzo, a partir del siguiente esquema:

Précis de grammaire tensive. Ibid., p.115

   En este momento ya se puede aclarar en qué consiste la tensividad a partir de tres precisiones “(i)la tensividad es el lugar imaginario donde la intensidad, es decir los estados de ánimo, lo sensible, y la extensividad, es decir los estados de cosas , lo inteligible, se conjugan los unos con los otros”, “(ii) esta conjunción inevitable define un espacio tensivo de acogida para las medidas que acceden al campo de presencia, y “(iii) los estados de cosas dependen de los estados de ánimo”[10].
   En el esquema tensivo estas dimensiones se pueden expresar a través de un plano cartesiano, donde la intensidad esta representada por la ordenada, y la extensidad por la abscisa.

   En el texto que mencionamos al comienzo (¿Para qué sirve la gramática tensiva?), se aclaran las relaciones básicas sobre el plano cartesiano: “Podemos organizar así un espacio tensivo colocando la intensidad en la ordenada y la extensidad en la abscisa; dicho espacio queda defininido, como recomienda Hjelmslev, por una doble “intersección”:[11] la intersección de lo /fuerte/ con lo /concentrado/ produce lo /estallante/ [o lo /brillante], la intersección de lo /débil/ con lo /difuso/ produce lo /distribuido/, [o lo /opaco/], que es, en principio, simétrico e inverso de lo /estallante/, aunque los diccionarios no proponen antónimo satisfactorio de /estallante/.”[12]
   Incluimos el esquema que aparece en ese mismo texto:
¿Para qué sirve la gramática tensiva?. Ibid., p.13.

   Volviendo al Breviario, se añade allí que estas determinaciones intensivas y extensivas reciben la denominación de valencias, y que la asociación de una valencia intensiva con una valencia extensiva,  equivalen a un valor. Ambas valencias se analizan a partir de dos factores, la intensidad se analiza a partir del tempo y la tonicidad, la extensidad a partir de la temporalidad y la espacialidad. La intensidad es vinculable al concepto de fuerza, y sus efectos son medibles por su carácter súbito, su “brusquedad” y su energía. La extensidad concierne a la extensión del campo controlado por la intensidad”. Tenemos entonces dos niveles de categorización: “Desde el punto de vista terminológico, la intensidad y la extensidad toman el rango de dimensiones, el tempo y la tonicidad por un lado, la temporalidad y la espacialidad por el otro, tienen rango de subdimensiones.”[13]
   Con respecto a las intersecciones de las subdimensiones, y a sus grados máximos de manifestación, conviene señalar dos puntos importantes: “(i) que el producto del tempo y de la tonicidad tiene por resultado el destello[…] La reciprocidad multiplicativa del tempo y de la tonicidad es la base plausible de los valores del destello, es decir, de la superlatividad.” “(ii) que el producto de la mayor extensión temporal, y el de la mayor extensión espacial tiene por resultado necesario la universalidad, es decir, lo que llamamos en otra parte los valores de universo.”[14]
   Ahora se hace necesario precisar las direcciones del impulso manifestado bajo circunstancias concretas, ya que cada una de estas subdimenciones están sometidas a “variaciones y visicitudes de todo orden, que afectan el sentido de su inmersión en lo “móvil” (Bergson)”[15], por lo tanto se requiere de “medidas semióticas en el plano del contenido”[16]. Estas direcciones dentro del marco de la gramática tensiva se denominan “foremas”, y con respecto a su relación con la temporalidad, Zilberberg menciona: “es la incorporación del forema del impulso lo que permite la apropiación práctica, pragmática de la temporalidad por parte de los sujetos: seguras, indudables, la brevedad y la longevidad miden la duración, y se dan, mediante estas convenciones, según nuestro propio criterio; sin duda en materia de tiempo no conoceremos nunca la palabra final, pero esta ignorancia no pesa, sino que es extraña al uso, al “empleo” del tiempo, el cual descansa en la espera, la paciencia o la impaciencia, estas pasiones comunes del tiempo.”[17]
   Estos foremas se dividen en tres tipos según el modo en que se manifiesta el fenómeno: f. de dirección, f. de posición y f. de impulso. Con respecto al forema de dirección Zilberberg aclara: “El forema de la dirección no distingue orientaciones geográficas, sino lo que hay por debajo de estas orientaciones, a saber, la tensión entre lo abierto y lo cerrado, que permiten al sujeto formular programas elementales, por un lado de entrada, de penetración, por otro, de salida, de escape, en función de la tonicidad ambiente.”[18]
   Con la finalidad de ver más claramente las distintas variantes de manifestación, a partir de las distintas categorias que hemos visto, y sus posibles relaciones, agregamos aquí uno de los cuadros incluidos en el Breviario:

Précis... Ibid., p.120

   Como señala el semiólogo francés Denis Bertrand la extensividad y la intensidad se imponen “como trayectorias dinámicas en el espacio”[19]. El nivel de lo tensivo permea e invade los enunciados, o como añade Bertrand: “La tensividad como “ser del lenguaje” ordena y controla el discurso, literalmente toma la palabra, la hace suya, y dirige la enunciación”[20]. Esta búsqueda por entender con claridad lo que ocurre en el núcleo del discurso, y cómo el impulso del decir toma forma a partir de su fuerza creadora es, en cierto sentido el propósito de la gramática tensiva, y que resume muy bien a nuestro juicio el mismo Denis Bertrand cuando escribe: “El emprendimiento científico para atrapar lo móvil del sentido, se reúne con el emprendimiento estético que hace surgir la emoción en el centro mismo del sentido.”


[1] Traducido al español por Desiderio Blanco y publicado digitalmente por la revista Contratexto digital, Año 6, Nº7,  publicación de la Universidad de Lima.
[2] Claude Zilberberg, Précis de grammaire tensive. Journal: Tangence, Issue 70, Automne 2002, p.112. A excepción de la traducción de ¿Para qué sirve la gramática tensiva?, todas las traducciones son mías. 
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid., p.113.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid., p.114.
[9] Ibid.
[10] Ibid., p.115.
[11] “Los “objetos” del realismo ingenuo se reducen, pues, a puntos de intersección de esos haces de relaciones” (Prolegómenos a una teoría del lenguaje). Op. Cit., pp. 40-41. [Citado por Zilberberg. He conservado la cita original, sólo cambié el número de la llamada a pie de página.]
[12] Op. cit., p.13.
[13] Ibid., p.116.
[14] Ibid., p.117.
[15] Ibid., p.119.
[16] Ibid., p.120
[17] Ibid., p.122.
[18] Ibid., p.122-123.
[19] Denis Bertrand, L’esthétique conceptuelle de Claude Zilberberg. Exposé présenté à la Journée d’études Claude Zilberberg, Paris, juin 2005, p.3.
[20] Ibid., p.4.

DOS RESIDENCIAS ORIENTALES. SOBRE JULES BOISSIÈRE Y DENTON WELCH (Por Rodrigo Gómez M.)




Sueños de opio en Indochina

   Jules Boissière, además de escritor, fue militar, funcionario del Imperio francés en Tonkin, protectorado francés, ubicado en la parte norte de Vietnam. Nació en Clermont-l'Hérault, comuna francesa, en 1863. A los veinte años comienza a publicar poemas. Sus principales gustos literarios durante su breve vida (murió a los 34 años), fueron Mallarmé, Baudelaire, Victor Hugo, Poe, entre otros. Sus más conocidos escritos publicados fueron el breve texto autobiográfico Propos d'un intoxiqué, publicado en Hanoi en 1890, editado en español como Diario de un intoxicado, y  el conjunto de relatos Fumeurs d'opium (Fumadores de opio), publicado en Francia en 1895. En 1886 llega a Indochina, y muchas de sus experiencias narradas estan basadas en experiencias ocurridas en los últimos años de esa misma década. Las observaciones son bastantes precisas y dan una amplia perspectiva de creencias, mitos, actitudes nativas, menciones de plantas, animales, accidentes geográficos del entorno, con una conciencia bastante enfocada en los registros de un buen escritor viajero que se adentra en lugares exóticos. Todo esto a pesar de las magníficas contemplaciones intimistas durante los profundos arrobamientos del opio, “la santa droga” (“la sainte drogue”) en palabras del mismo Boissière. Gran parte de los importantes aportes sobre las creencias míticas y religiosas de aquellos vietnamitas, están consignadas en los relatos de Fumadores de opio. Con respecto al primer libro mencionado, en un comienzo plantea su postura de observador citando al Baruch Spinoza del Tratado político, en su intención de abstenerse de tomar con piedad u odio las acciones de los hombres: “De cara a las pasiones, yo no he visto los vicios, sino las propiedades.” (citado de Spinoza por el propio Boissière, las traducciones son mías). No es un dato menor, ya que en este escrito se adentra en los fumaderos de opio vietnamitas, como quien registra con una visión panorámica conductas y elementos del entorno, inmerso en el medio, intentando no agregar  excesivos juicios críticos con respecto a las primeras, y aunque en algunos casos no pueda evitar opiniones claras de su parte, en muchos otros esta intención original le permite mantener una precisión de registro. Escuchó a otros europeos hablar de “colegas que vivían una existencia extraña, y como distante, adictos al opio, al fondo de sus casas chinas, casas estrechas y alargadas, donde advertí una vez, en la penumbra, por una puerta entreabierta, los cuartos sombríos, los corredores sin ventanas y los patios adoquinados, a cielo abierto. ¿Opio?. Entré una vez por ociosidad en un fumadero de Cholon, durante una visita a Cochinchina, tengo el recuerdo de una vasta y triste sala donde, extendidos en catres a lo largo de los muros, habían algunos chinos somnolientos, más bien durmiendo como los brutos. Otros absorvían golosamente el bambú marrón-rojizo de una pipa. Todo esto no me interesó, ni impresionó, ni sorprendió, debido a todas las descripciones ya leídas, a todos los relatos ya oídos. El humo pesado, con sus volutas alargándose, estirándose, cerrando sus curvas irregulares, luego volaban como copos azules y grisáceos, me parecía más propicio para la migraña que para el sueño; y levantando las espaldas, admiraba la loable constancia de los imbéciles que venían cada día a martirizarse con el pretexto de conseguir diversión y placer.” Al entrar a una casa vietnamita, relata parte del ritual del opio: “Y mientras que el agua borbotea, y que una nube de humo se eleva desde los labios de la muchacha nativa, dos gruesos labios de muchacha bonita, su compañero nos indica una estante donde está la lámpara para el opio, y los diversos utensilios necesarios para la preparación de las pipas –los objetos sagrados indispensables para el cumplimiento del Rito. Un anamita está recostado sobre su costado izquierdo. Con una mano sostiene el tubo de bambú inmóvil desde su boca a la lámpara, y, tomando entre el pulgar y el índice de su mano derecha una aguja de acero bruñido –una aguja de tejer, juraría que es un novato –regula el tiraje de su pipa con la punta de la aguja, proporcionando un paso para el aire a través de la toma de opio.”
   Después relata las sensaciones de sus propias experiencias con la droga: “Luego me vino el hábito de leer fumando; el opio multiplicaba el interés de las cosas leídas, al igual que de las cosas oídas y vistas”, hasta los momentos difíciles de la abstinencia: “Una noche, no recuerdo porqué razón, no pude fumar; por primera vez conocí las angustias del nghièn (acostumbrado al opio o a cualquier otro veneno lento, tabaco, té, café, en que la privación es dolorosa). ¡Qué horrible noche! El vientre desbandado, el estómago retorcido por calambres hasta entonces desconocidos, el cuerpo sacudido de escalofríos, las sienes como en una prensa, los ojos lagrimeantes, fue un sufrimiento de condenado.”. Así, explica luego como los fumadores más experimentados evitaban los excesos: “los habitués no se embriagaban nunca:
  Algunos llegaban frecuentemente a un estado de dulce somnolencia que hacía muy penosos el movimiento y la palabra; pero de allí a caer muerto de ebrio!...En efecto, incluso para obtener este resultado, conviene forzar la dosis de opio consumido cada día, mes a mes; así muchos fumadores asustados de esta progresión creciente, perjudicial para la salud como para el bolsillo, se contentan con el número de pipas necesario para suprimir el sufrimiento que conlleva la privación”
   Las reflexiones finales sobre la relación de ciertos artistas con lo exótico y con los “paraísos artificiales”, son de una gran lucidez: “Ciertamente los artistas, los Flauberts, los Goncourts, los Huysmans, los Leconte de Lisle, han entregado el alma a sus más potentes obras con esta impaciencia de enfilar hacia nuevos países y nuevas civilizaciones, con este amor por las extrañas y lejanas maneras de vivir y de pensar, que, dando grandes alas a su espíritu inquieto, los transporta lejos de sus contemporáneos y de sus conciudadanos. Su deseo se alimenta de los disgustos de la existencia cotidiana. Pero el artista que no sabe refugiarse en un sueño lo bastante intenso y lo bastante espléndido como para consolarse y curarse, que, poco confiado en la magia del pensamiento, toma el vagón o el barco para huir de los hombres y de los países detestados, y que solicita el delicioso olvido al áfrica árabe, a Ceilán o a la civilización indochina –está perdido para el arte por siempre.[…]El haschich o el opio prometerán abrirle las puertas que no sobrepasan los profanos, y también volverán a su espíritu más comprensivo, más apto para leer las profundidades de los seres que han meditado sobre el Rig Veda o sobre las máximas de Mahn-teu. Pero sin embargo, bajo el imperio de las “sensaciones pérfidas y dulces”, el viejo “¿para qué molestarse?” vendrá a soplarles en la oreja los peores sofismas que usted adora, pobre artista, por su seductora originalidad. Ya la conciencia de la inutilidad de la obra, como la de todas las cosas, no lo desespera más; un traicionero optimismo le invade por entero; usted olvida que el trabajo inteligente trae su propia recompensa”.

   Con respecto al conjunto de relatos abigarrados, llenos de exotismo y leyendas orientales, que comprende el libro Fumadores de opio, se encuentran diversos personajes como un mandarín que se rebela contra los “diablos de Occidente” (en este caso, los franceses colonizadores), un ex soldado de la legión extranjera, que espera robar el oro oculto en minas vigilada por fantasmas, un jefe de bufones y poeta que forma parte de una caravana de comediantes, un soldado del ejército tonkinés, muerto por la cólera que deja un cuaderno con sus impresiones en las que habla del temor de las emboscadas de los nativos, y de sus consumos de opio, en pipa o concentrado en bolas comestibles, un joven bandido vietnamita que colabora con los franceses, a pesar de que mataron a su padre, y que vendió a su propia hermana a un aduanero europeo, un soldado traidor al ejército francés condenado a muerte, etc. Comienza ya en el primer relato “En el bosque” describiendo su extraordinario estado de contemplación debido al opio: “Pero, luego de que fumé opio en el bosque, dudé, y tuve temor de morir, por lo que podía ocurrir después. ¡Comprendo tantas cosas que ni suponía de la misma existencia, durante los benditos días de certidumbre ignorante y de alegría! ¡Advierto tantas voluntades y tantas inteligencias esparcidas en la materia bruta y en el viento de la noche! […]¡El opio me ha vuelto clarividente!” Es una tierra impregnada de presencia ultraterrenas o sobrenaturales. “Y los milicianos Thôs nos explican que hemos irritado a los Genios guardianes del oro; y los Genios encomendados para cuidarlo por el Emperador del Cielo, deben, para evitar ser castigados, echarnos de la región o matarnos a todos.” El narrador se deja inducir por los temores, en medio de fiebres y alivios narcóticos: “Fumé más y más para olvidar la fiebre, y también para alejar a los fantasmas. Pero si no hubieran sido más que vanas creaciones de mi cerebro debilitado, él las habría expulsado, sin duda, como ha hecho desaparacer tantos sueños efímeros, y tantos prejuicios, remordimientos, escrúpulos carentes de sentido, que ciertos actos y tales ideas levantaban ayer en mí.” En su “Cuaderno de un soldado”, el narrador toma nota de sus observaciones como combatiente: “En la tarde, a las 6 horas, nos dispersamos, para llegar a la costa, cerca de los juncos tripulados por los chinos. Yo ya los conocía, estos eternos errantes de la frontera, pobres diablos en blusón azul, hacia la miserable estera mal trensada.”
   “Todos fatigados por esta existencia libre de peligros, abatidos por la monotonía de las labores, nuestros camaradas pensando en volver y cantando idiotas refranes, estúpidos como un verso de Déroulède, en los que se repetía con ridículos estremecimientos de voz en la garganta: “Oh Francia! Oh mis amores!”
   “A lo lejos vagaban algunos chinos, pobres propietarios que intentaban volver a entrar a sus casas, o al menos verlas desde lo alto de los cerros vecinos, lo que queda de su cultura y de sus hogares.”
   Casi no hay una perspectiva emotiva frente a las atrocidades presenciadas, salvo en este caso: “He aquí una fotografía de una mujer china, encontrada en el umbral de una granja desierta. ¿Qué ha sido de ella, la pobre criatura que nos contempla en sus trajes de cantonesa, dejando reposar su mano en los clavos afilados de una mesa que decora una pipa de agua –pipa china de metal –y un vaso de porcelana donde florecen dos camelias?
   Y cerrando los ojos, evoco las muertes, los incendios, todas las miserias que ha sufrido este país, y los raptos, y las violaciones también, en el horror de los estratos de peligro, y miro la frágil imagen, con algo de emoción, como una flor que habría sobrevivido a un cataclismo y que recogeía para guardarla en mi cartera.”
   En cambio la violencia es descrita de manera directa y sin ambajes: “Un anamita nos muestra el lugar donde dos soldados y cuatro milicianos o boys, tomados con vida, fueron martirizados los días anteriores.” “Se nos traen algunos paisanos chinos: servirán de culis. Se les confían a los soldados tonkineses que, muy fieros, amenazan a sus cautivos, cada anamita empuña a su chino por la estera trensada. Y, triunfantes, se ríen con sus bellos dientes negros, injuriando a los eternos enemigos de su raza: cuadro costumbrista, que por lo tanto es también un cuadro de la historia.”
   “Ocho chinos intentan prender fuego a las casas anamitas, se los atrapa durante el acto. Se les fusila en el lugar mismo donde los seis hombres han sido martirizados.” (se refiere a los dos soldados y a los cuatro boys anamitas.”
   “En un sendero perdido, nos cruzamos un chino […] curvado bajo un astil que soporta dos cestas de cacahuates. No se salva de nuestro alcance. Es tomado -se le fusilará esta tarde.”
  En el último relato sobre el soldado renegado del ejército francés que es condenado a muerte, titulado “Un alma. Diario de un fusilado.”, retoma a través del narrador protagonista (el condenado) el tema de las ensoñaciones o las experiencias a las que le conduce el opio: “El opio posteriormente ya se revelaba ineficaz; pero disipaba mis terrores y me mostraba todas las cosas teñidas de colores alegres, como a través de vitrales rosas y azul-celestes. Pronto llegué a fumar sesenta pipas cada día: toda la plata recibida desde Francia se transmutaba –¡divina alquimia!- en vapor y paz moral.”
   “Yo, acostado sobre el costado izquierdo, a plena luz, releía bellos libros, y gozaba mejor que en Europa de Baudelaire y de Poe, mientras que los nativos charlaban en voz baja, en esta pesada atmósfera donde se mezclaban el vapor opiáceo, el humo del tabaco anamita, el olor –mirra, incienso y sándalo –de las varillas que ardían por los padres muertos. Deliciosamente yo velaba las noches enteras, y el alba me atrapaba, desgastado, los ojos rojos, los párpados irritados, en el despacho sórdido donde soñaba con las “situaciones” de los suboficiales y los “estados” de los sargentos mayores.” “[…] en lugar de esperar la dicha de un galón o de una valiente aventura, yo la encontraba, esta felicidad, incluida en mi pipa. Fumar, leer, meditar, pensar, despreciar sobre todo –era feliz”.



Entre antigüedades en China

   Primer viaje (Maiden Voyage) es un relato autobiográfico ficcionalizado del joven escritor inglés Denton Welch, que falleciera a la edad de 33 años, debido a las secuelas de un atropello que sufrió a los 20. Es el primero de una tetralogía inconclusa, cuyos otros tres títulos son In youth is Pleasure (1944), Brave and Cruel (1949) y A Voice through a Cloud, publicada póstumamente en 1950. Relata el viaje que realizó en 1931 a China. Fue publicado en 1943, y según comenta W. H. Auden: “Esta combinación de objetividad científica y terror subjetivo es lo que hace de Primer viaje un comentario revelador sobre nuestra actual situación histórica.”.
   Escribió William Burroughs que Welch fue una importante influencia para él, aunque en su escritura a simple vista no parece notarse, pero es probablemente ese mismo placer de una lectura tan agradable para el lector y lograda con una simplicidad tan luminosa, lo que lo movió profundamente hacia la escritura, y le hizo considerarlo un “escritor maravilloso”.
   La primera parte del libro narra su breve huida del internado y algunas experiencias a su regreso al mismo. Luego de encontrarse con su padre, éste le pregunta si quiere ir a China, que un amigo suyo, ex consul, el señor Butler, iba para allá. Y emprende el viaje por ciudades como Kaifeng, Nankín, Shanghái y Pekín.
   Se podría decir que en su escritura no hay vuelos poéticos ni descripciones exhaustivas, pero si una percepción prístina, expresada con delicadeza. No hay entorpecimientos dubitativos al asimilar los objetos del ambiente, no parece que haya barreras racionalizantes ni surgen devaneos alambicados. Hay una pureza de la mirada. Aunque Welch se muestre inseguro, no es una inseguridad de la escritura sino, en forma ocasional, de la compostura frente a los demás. No se justifica ni se entrampa. Las ansiedades o pesares parecen suavizarse, o bien distanciarse a través de una saludable atención hacia los objetos exteriores: “Me levanté y fui al lavabo. No podía estar más en la cama con esa terrible sensación royéndome por dentro. […] Pero el agua caliente no me calmó. Sólo me reblandeció la cara, por el sudor y el vapor, y me dejó el pelo blando y fácil de peinar.”. Curiosa transición de lo terrible a la consistencia capilar. Al parecer a Welch lo mantiene continuamente fuera de la gravedad anímica esa constante, aunque ligera captación de los objetos, frecuentemente los inocuos.
   Refinamiento y sencillez cruzan toda la novela: “Separé un poema sobre una mujer y sus ropajes. La hoja delgada y afiligranada crepitó y se enroscó al sentir el calor del fuego.”. De vez en cuando y muy sucintamente pincela una atmósfera: “Caminamos en silencio, sintiendo el crujir de la nieve bajo nuestros pies, mientras escuchábamos los sonidos de la noche. Uno de los perros de la aldea empezó a aullar y ladrar”, para enseguida, en el mismo trayecto hacia una aldea china, atender a una anécdota precisa: “Al acercarnos, vimos que estaba pasando algo delante de las casas. Una mujer, cuya silueta se recortaba en un portal iluminado, retorció las manos y gritó, mientras dos hombres con faroles esperaban en la carretera. Luego vi un pequeño ataúd negro que reposaba en el suelo entre los dos hombre. Relucía.”
   Se perciben en el ambiente algunos gestos de hostilidad, o bien de burla de parte de los lugareños hacia los europeos que llegaban a sus territorios, otrora dominados con violencia por los ejércitos que enviaban las potencias del viejo continente, y que mermaron buena parte de la población, saqueando a su vez, y destruyendo culturas. Se dio el caso, como en Indochina colonizada por franceses, donde incluso se reclutaron grupos armados compuestos por los mismos nativos -como menciona por ejemplo Jules Boissière- poniendo gente de la misma sangre en lucha entre sí. Precisamente durante la llamada segunda guerra del opio (1856 – 1860), el Imperio Británico tuvo como aliado a Francia, y en las dos guerras el Imperio Chino fue derrotado, lo cual permitía a Inglaterra mantener el comercio del opio extraído de la India y vendido en China. Esas heridas no cierran fácilmente. “Cuando levantó la vista y me vio, empezó a soplar con tanta saña que la corneta emitió sonidos obscenos y desgarradores. Sus rechonchas mejillas se pusieron rojas y le prestaron una apariencia casi inglesa que apenas duró unos instantes. Entonces, después de aclararse la garganta de arriba abajo, me lanzó un escupitajo con toda su alma y se marchó andando por la amplia extensión de barro pisado, no sin dedicarme antes una última y maligna mirada.”
    Una forma de burlar a los europeos era la venta de falsificaciones. Incluso el señor Butler, su guía y protector durante el viaje, que era aparentemente un entendido en la compra de ciertos objetos de valor  o antigüedades chinas, resulta víctima de la venta de un objeto trucado. Y justamente un tema recurrente en la novela es la adquisición de antigüedades, de lo cual es aficionado el protagonista, mostrando un gran aprecio por sus adquisiciones o por las miniaturas preciosas en general, sean chinas o no: “Empecé a hacer las maletas. Quería llevarme tantas cosas conmigo: la plata vieja, la porcelana y el cristal. En silencio, empecé a guardar cada objeto en una lata distinta, imitando a los marchantes de Kaifeng. Ver las redondas latas de galletas en el fondo de mi baúl me dio placer. Era la única persona que se preocupaba por las cosas que encerraban.”. Un apego que revela sin tapujos: “Mi tía cogió la caja de figuritas de madera que me había regalado. Había una tetera, una cafetera una taza y un platillo, todos diminutos y perfectos. Me encantaban. Sostuvo la caja un momento a la altura del hombro y luego la arrojó al mar con todas sus fuerzas.
   Vi las figuritas surcando ligeramente las olas. Reclamé a gritos que alguien las salvara y cuando vi que nadie movía un dedo por ellas me eché a llorar de manera inconsolable. Pensé que mi tía era la mujer más malvada del mundo.”
   Por este mismo interés se incluyen encuentros con anticuarios: “-Los chinos lo llaman Chun yao –dijo-. El precio es tan alto que utilizan los trozos rotos para engastarlos en joyas y adornos. –Golpeó un cuenco muy fino y pálido con los dedos para hacerlo resonar, y me explicó-: Esta otra clase de porcelana Sung se llama Ying-ching o «azul sombra».”
   Mantiene la mirada atenta alrededor y la descripción simple, como en el momento de una salida nocturna y de un cabaret del Shanghái colonial donde tocaban a Ellington. Allí tuvo de partner ocasional a un marine norteamericano: “Se inclinó y pidió a dos chicas de la fila de chinas recatadas que bailaran con nosotros. Se levantaron obedientes. Parecían delgadas como cirios, enfundadas en unas largas batas que sólo dejaban ver sus blancos brazos y caras. La tela era gruesa y el trabajo de confección muy bueno. […]No llevaban colorete, sólo un carmín muy oscuro en los labios y una crema de base sobre el resto de la cara. Se barnizaban el pelo con lociones hasta que parecía una melaza negra que les ceñía la cabeza.”
    Hay más de un encuentro con túmulos funerarios, Welch siente que la muerte está muy presente allí.
    Luego de cierta reticencia, logra convencer a su padre de llevarse algunos objetos preciosos y libros viejos: “Reuní las cosas y me las llevé a mi habitación. A pesar de mis temores, sentía unos estremecimientos de felicidad por dentro. Empecé a guardarlas de nuevo en las latas de galletas.”