Por Rodrigo Gómez M.
Sin duda la embriaguez es una de las vías de acceso al inconsciente, junto
con los sueños o el uso de la hipnosis, por ejemplo.
Si escribiera un texto de memorias
sobre cierto período de mi juventud, se podría titular de forma parecida a Ron fue mi mejor amigo, pero se llamaría
El ron fue mi mejor amigo. Ese cálido
dulzor acompañó horas inolvidables oyendo de pronto algunas canciones de The
Platters, o bien el Concierto en Fa sostenido menor de Scriabin.
El error era salir de casa y no
seguir el consejo de Kerouac (“Trata de no emborracharte fuera de tu propia
casa.”). El hecho de entrar a una exposición de video-arte con unos vasos de
más y hablando fuerte, u orinar desde arriba de un árbol en una calle céntrica,
viviendo en una ciudad chica (casi un pueblo), pueden ir creando un muro
invisible de rechazo colectivo algo molesto. Claro está que siempre podías
sentirte mejor al día siguiente a nivel de no-tensión y claridad mental. Sólo
estaba la resaca y algunos recuerdos desagradables.
La embriaguez me ayudó a conocer
algunos de mis puntos débiles, a descubrir elementos clave, nudos, epicentros
del delirio, devaneos indiscernibles, planteamientos imposibles,
contradicciones insoportables, enigmas irresolutos, fantasmas tuertos,
habitáculos pintados de espuma oscura , muebles incompletos, residuos kármicos,
padres-madres sustitutos, familias posibles por venir, futuros inútiles, caos
innombrables, etc. No tenía dinero para pagar psicoanalistas y ni siquiera había
uno en mi ciudad.
Fue una herramienta muy valiosa.
Funciona para adentro y para
afuera. Distingues pesadillas y te deshaces de los idiotas.
Claro que es natural que nadie te
considere un héroe por el hecho de que hagas un viaje de autodescubrimiento a
través de la ebriedad. Sin embargo lo fuí. En un sentido extraño. Entendí el
funcionamiento de los basureros de gente que hay en las ciudades, supe que hay
que odiar el lugar de nacimiento para poder renacer, que el desprecio de los
demás es un signo de que vas bien, etc. Comprendí que había que convertirse en
despreciable para los demás, y aceptar el propio odio, antes de que creciera
invisible y devorador.
Volviendo al tema, este estado de
la conciencia menguada también puede ser visto como una forma de liberación de
las exigencias que establece la identidad sobre uno mismo. Vacacionar de
nuestros propios límites mentales.
La variabilidad de las
experiencias de embriaguez depende obviamente de varios factores, tanto el
aspecto del contenido mental, la sustancia embriagante, como el contexto o las
circunstancias, ya que con respecto al primer punto, hay una especie de
deformación de la observación propia, una ondulación perceptiva de la mirada
personal, y a su vez el accionar desde un lugar más íntimo de uno mismo.
Con respecto al segundo punto, el
concepto de embriaguez, abarca el efecto de varias substancias a parte del
alcohol; como por ejemplo el del cannabis, o del éter; en ese caso por ejemplo,
serían muy distintas la embriaguez del opio a la del whisky. Lo que tendrían en
común sería el “desarreglo de los sentidos”.
Me refiero aquí principalmente a la producida por el alcohol, como una
forma de catarsis, como medio de aprendizaje, como alteración suave del tiempo
y el espacio, etc.
Según Horacio, el vino enardecía
las virtudes de Catón. Por otro lado Lucrecio daba una imagen poco halagadora
de la embriaguez: “Cuando al hombre doma la fuerza del vino, sus miembros
pierden la ligereza; su andar es incierto, su paso inseguro, su lengua se
traba, su alma parece ahogada y sus ojos extraviados. El hombre borracho lanza
impuros eructos y tartamudea injurias.”
Aunque se asocia a Nietszche
directamente con lo dionisiaco, paradójicamente, salvo unos recuerdos de
juventud, termina optando por una sobriedad extrema, como explica en Ecce Homo: «Para creer que el vino
alegra tendría yo que ser cristiano, es decir, creer lo que cabalmente para mí
es un absurdo. Cosa extraña, mientras que pequeñas dosis de alcohol, muy
diluidas, me ocasionan esa extremada destemplanza, yo me convierto casi en un
marinero cuando se trata de dosis fuertes. Ya de muchacho tenía yo en esto mi
valentía. Escribir en una sola vigilia nocturna una larga disertación latina y
además copiarla en limpio, poniendo en la pluma la ambición de imitar en rigor
y concisión a mi modelo Salustio, y derramar sobre mi latín un poco de
grog del mayor calibre, esto era algo
que, ya cuando yo era alumno de la venerable Escuela de Pforta, no estaba
reñido en absoluto con mi fisiología, y acaso tampoco con la de Salustio,
aunque sí, desde luego, con la venerable escuela de Pforta. Más tarde, hacia la
mitad de mi vida, me decidí ciertamente, cada vez con mayor rigor, en contra de
cualquier bebida "espirituosa".»
El ida y vuelta de la fortuna, bebiendo por la tristeza o la felicidad son
un asunto recurrente en el poeta persa Omar Khayyam
Puesto que nuestra
estancia en el mundo es precaria,
es absurdo vivir sin
amor y sin vino.
¿A qué discutir sobre
el mundo? Cuando muera
no ha de importarme
nada que fuese o no creado.
La transitoriedad de las cosas y el tono de despreocupación aparecen
también en este fragmento de Kerouac: "Súbitamente comprendí que todas las
cosas sólo van y vienen incluido cualquier sentimiento de tristeza: también se
irá: triste hoy alegre mañana: sobrio hoy borracho mañana ¿Por qué inquietarse
tanto?”
Un conocido ejemplo poético de la embriaguez, el poema de Li Po “Bebiendo
solo a la luz de la luna”, propone una interesante perspectiva sobre la correspondencia directa entre embriaguez y
éxtasis (o comunión directa con lo Otro), ya míticamente establecida en
distintos contextos rituales o religiosos. En esta experiencia la disolución del
extrañamiento (o la separación del otro) y, nuevamente la transitoriedad, se
hacen evidentes:
“Entre flores y ante un jarro de vino,
bebo solo, sin compañía alguna.
Alzo la copa y convido a la luna.
Con mi sombra somos tres.[1]
bebo solo, sin compañía alguna.
Alzo la copa y convido a la luna.
Con mi sombra somos tres.[1]
Aunque la luna no puede beber,
y en vano sigue a mi cuerpo la sombra,
son buenas compañeras transitorias.
¡Disfrutemos antes que pase la primavera!
y en vano sigue a mi cuerpo la sombra,
son buenas compañeras transitorias.
¡Disfrutemos antes que pase la primavera!
Canto, y la luna se balancea.
Bailo, y mi sombra revolotea.
Bailo, y mi sombra revolotea.
Despierto yo, compartimos la alegría.
Ebrio, desaparecen mis compañeras.
Ebrio, desaparecen mis compañeras.
¡Oh luna, oh sombra, mis inmortales amigas!
Ya tendremos una cita,
en el cristalino Río de Estrellas.”[2]
Ya tendremos una cita,
en el cristalino Río de Estrellas.”[2]
En este poema, como ya dijimos, se plantea una combinación de
transitoriedad y de disolución del extrañamiento: Primeramente se enfatiza la
separación (“somos tres”), luego viene la comunión transitoria. Esta
transitoriedad no parece hacer alusión a la esencial impermanencia de los
fenómenos que plantea el budismo, ya que la luna y la sombra seguirán allí,
para poder reencontrarse más adelante. El verso “Ebrio, desaparecen mis
compañeras.”, puede confundir al
lector, respecto a la interpretación recién planteada, pero cotejando con
versiones inglesas, se descubrirá que ese “ebrio” hace alusión en realidad a
“estar botado” de ebrio, o a quedarse dormido de borracho (“We have
our fun while I can stand/ then drift apart when I fall asleep.”[3]). Sin embargo, por medio
de otra traducción inglesa reaparece esta ambigüedad fundamental del poema, ya
que da a entender que en la embriaguez o el sueño, los tres efímeros comparsas
se separan para volver a la unidad (¿la unidad de lo imperecedero, de lo que
tomamos la materia para nuestras ilusiones?¿el Prakriti del Hinduismo?),
dicotomias inestables por lo profundas y trascendentes (“Soon drunken
sleep will quell our fun/ And my trio will separate back into one”[4]. La luna tradicionalmente
hace alusión a la mente despierta, a la naturaleza búdica; y el vino a la embriaguez del éxtasis místico.