miércoles, 12 de agosto de 2015

La inteligencia es una cárcel de la conciencia.



Por Rodrigo Gómez M.

Esas distinciones de “inteligencias” de Howard Gardner son un intento chapucero de volver a las tradicionales categorías de talentos múltiples, en contra de la indiferenciación capitalista de “inteligencia”. El capitalismo interconectó dos conceptos distintos y complementarios (con el mismo nombre incluso) para el intercambio de información alfanumérica inmediata entre agentes espías. La inteligencia individual es un constructo perfectamente ensamblable con la inteligencia de los servicios de inteligencia de las naciones capitalistas, que fueran adoptados y reflejados por su contraparte económica soviética (v.gr. KGB). En cuanto a Gardner podemos decir que la inteligencia está construida en base a una suerte de decatlón  de competencias. Ha intentado abrir el nicho del valor humano. Medio aplauso por eso. Ahora veamos en un sentido inverso a esa matriz principal y sus exclusiones. 
La supeditación de los múltiples talentos individuales (y de sus variadas formas de expresión) al concepto de inteligencia, va de la mano con la conquista político-mercantil de las cualidades humanas. Conceptos como competencia, expertise, ocultan la vigencia social de los objetivos que los conducen. No hay habilidad sin objetivo, la inteligencia per se es una violencia del objetivo social impuesto. Sabemos que esta reducción absurda de las habilidades humanas surgió en el centro de Europa. Durante mucho tiempo se utilizaron en América (esa cadena de influencias que viene de Estados Unidos a Sudamérica) los test de Binet para “medir la inteligencia” de un individuo. Pero la escuela de psicología experimental alemana llevó la delantera en esta perspectiva de la eficacia cognitivo-industrial por sobre todas las cosas. Con respecto a Inglaterra - uno de los principales países de origen de la invención de la inteligencia carcelaria-  no olvidemos que Francis Galton, el fundador de la psicometría (medio-primo de Charles Darwin), emergió de la cuna del industrialismo competitivo moderno y de sus propias distinciones de las cualidades humanas, las que con toda evidencia otorgaron las bases ideológicas del darwinismo social que aún padecemos actualmente.
En contraposición a la inteligencia (ese rapto estatal de las virtudes) la idiotez en la antigua Grecia fue una abstención de participación política, una falta de complicidad con el Estado (ο ιδιωτης es lo opuesto a la polis (πολις),  el conjunto de la población, y viene de una serie semántica que remite a lo más íntimo del sujeto: ιδιος, α, ον: propio;  ιδια, adv. solo, por sí solo, en privado).
Ser inteligente tiene que ver con lo que yo llamaría campos perceptivos prevalentes en una determinada sociedad, y en esto conecto con la distinción entre innovación y creatividad, donde la innovación funciona al servicio de la empresa y su beneficio mercantil. Es decir, es el equivalente bastardo de la creatividad que es la que apuesta hasta la muerte económica – y de todo tipo incluso- para hacer emerger una “novedad conflictiva” socialmente (que modifica presupuestos paradigmáticos económicos, científicos, etc.), una nueva aparición de lo excluído por el capitalismo. Pero el mundo de la sociedad industrial avanzada ha generado sus propias versiones reducidas de lo creativo (más bien de la variación productiva). Una forma de creatividad no se puede explicar sin su contexto productivo histórico (el cual incluye las distintas esferas ideológicas de la producción: estéticas, morales, jurídicas, tecnológicas, etc.). Es precisamente porque marca una “brecha” con respecto a un sistema productivo, por lo que se le suele considerar como creativa a una actividad.
En cierto sentido creativo es opuesto a reactivo, se contrapone a la continuidad de una práctica. El acto creativo no puede existir sin un componente de emergencia intempestiva, una recuperación histórica o simbólica inusual.
Las supuestas inhabilidades individuales son evidentemente (y necesariamente) sociales. La inteligencia es una (bastante importante) de las distinciones que trabajan sobre la psique humana para intentar definirla, y por lo tanto controlarla.
Hoy en día hay por lo menos dos puntos que podemos tener claros (incluso apoyados por la ciencias cognitivas actuales):



1) La inteligencia es una profunda regulación de la percepción humana.


2) Lo que hay al otro lado de la “inteligencia” no es la estupidez, sino lo imprevisible (o la incertidumbre) para una visión psicométrica del mundo.
 

(Continuará...).

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